Al caminar por la ciudad es común encontrar espacios urbanos, edificios y mobiliario con graffitis que se distribuyen por todos los barrios, sin diferenciar la propiedad pública de la privada y, aparentemente, sin respetar el valor patrimonial y artístico de los lugares. Los graffitis pueden perjudicar sus entornos, degradando espacios al punto de transmitir sensación de abandono e inseguridad; pero hay otros que tienen el poder de potenciar los lugares. O sea que no son malos en sí mismos, sino que hay ciertos aspectos que permiten transformar el aspecto de una ciudad… para bien o para mal.
Por desconocimiento, muchos asociamos estos rayados con graffiteros sin afinidad con el arte o los valores estéticos, reduciéndolos a simples marcas sin valor. Pero eso es un error: de hecho, dos de mis alumnos son estudiantes de arquitectura y graffiteros a la vez. Se trata de Nicolás Díaz y Juan Rubio, ambos con una gran capacidad de expresión gráfica (un valor muy destacable en los arquitectos). Por eso recurrí a ellos para conocer su perspectiva sobre la pintura urbana, y entender un poco más sobre su quehacer y sus motivaciones.
Vinculación con la sociedad
Aprendí que hay marcas llamadas tags: firmas que sitúan a sus autores en un lugar y los hacen reconocibles por otros graffiteros. En otras palabras, es una forma propia de ‘colonización del territorio’ e identificación dentro de la cultura del graffiti. Creo que la creación de estos lenguajes paralelos y la desvinculación entre la cultura del graffiti y el resto de la sociedad es el origen de que los rayados urbanos hayan quedado marginados de la cultura hegemónica. Pero, a la vez, es una oportunidad: ¿cómo integrar estas actividades y comunicación gráfica con la vida urbana contemporánea? Esto ya que el respeto de los valores de cada sector de la sociedad es la base para lograr entendimiento, integración y cohesión de diferentes actores. El entendimiento entre los habitantes es la base para la erradicación de la segregación y, con esto, la construcción de una sociedad más inclusiva y diversa, uno de los pilares de la sostenibilidad social.
Valoración del arte callejero
En el mundo han surgido movimientos de valoración de la cultura graffitera, vinculando esta actividad con el resto de la sociedad. Estas acciones están salvando la brecha entre las diversas visiones de mundo y definiciones de cultura. Por ejemplo, Buenos Aires Street Art, en Argentina, o Lira Galería en Chile: una plataforma que abre el arte urbano a todos, en un espacio público digital y físico, creado para el encuentro del arte callejero. Otro caso es el Festival Hecho en Casa, que valora y acerca a la gente el arte urbano a gran escala mediante la transformación de muros desnudos; en este evento, los espacios residuales se transforman a través de expresiones artísticas y cambian la cara de la ciudad. Estos espacios son muy importantes para una vinculación de este arte con la ciudadanía, porque poner graffitis en una galería o un festival sirve para ir formalizando modos de expresión gráfica que se han mantenido al margen de la cultura formal.
¿Qué es el patrimonio?
La fachada el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago (MAC), en pleno Parque Forestal, está completamente rayada con tags. “Lo que pasa es que el graffitero no entiende el concepto de patrimonio”, explica Nicolás Díaz frente a este hecho. Sin embargo, su compañero Juan tiene una visión distinta: “(los graffitis) le dan al edificio una estética de lo urbano, y evidencian un acto social”, asegura. Para él, las marcas en el museo son la expresión gráfica de una cultura de arte callejero que se desarrolla hace años en Chile.
Entonces surge el problema: ¿qué significa patrimonio para unos y otros? Es complejo definir los parámetros y establecer límites de respeto a los valores de una sociedad que no entiende lo mismo respecto de sus espacios protegidos y de sus rayados urbanos. En otras culturas, la valoración y cuidado patrimonial ha permeado a gran parte de las personas. No hablo sólo de Europa -donde, por ejemplo, Francia es un paradigma de respeto y conservación-, sino de países más cercanos, como Perú, donde se aprecia una verdadera conciencia social respecto del patrimonio. Según la Unesco, el patrimonio material e inmaterial es una “riqueza frágil” y, por lo tanto, necesita modelos de desarrollo que preserven y respeten su diversidad. En ese contexto ¿podría existir una alianza entre el MAC y diferentes exponentes del arte callejero?
Si existiera un equilibrio entre las diferentes lógicas podríamos encontrar la sostenibilidad de ambas partes. Así se aseguraría la conservación de las fachadas históricas del museo y, al mismo tiempo, el patrimonio inmaterial del arte urbano de los graffiteros (que se respetan entre sí y no rayarían el trabajo de sus compañeros).
Respeto por los valores de la ciudad
Según la visión de Nicolás, “los tags ensucian, pero el street art tiene un valor expresivo”. Este valor expresivo es reconocido en Berlín, donde murales, pinturas urbanas y obras gráficas superpuestas repletan sus calles. Esta imagen de ciudad ha generado el interés de los artistas y ha dado espacio a nuevos negocios, como tours de graffitis. En Santiago también se ha masificado una tradición graffitera que atrae a muchos visitantes, ocupando un lugar relevante en las transformaciones del espacio público. Algunos murales han sido capaces de mejorar sus entornos, como el gran graffiti Luchín, realizado por Dasic Fernández, para la Plaza de Bolsillo de Santo Domingo con Teatinos. Una sociedad justa debe permitir a sus habitantes expresar sus ideales y su forma de concebir el mundo. Por eso, creo que los grupos que interactúan bajo diferentes influencias, y que ocupan las ciudades como lienzo, deben tener cabida en nuestras ciudades, con espacios urbanos capaces de permitir estas expresiones gráficas. Al mismo tiempo, tenemos la responsabilidad de transformar la manera de hacer ciudad, evitando que se generen espacios residuales y zonas muertas que fragmenten la vida social y no aportan al desarrollo urbano, excluyendo a algunos habitantes de las ciudades.
El Museo de Arte Contemporáneo tiene la oportunidad de hacer historia, creando vínculos entre el arte de la Academia y el popular. No es el momento de cercar los espacios culturales fomentando la exclusión, sino de aprovechar los acontecimientos como articuladores de la inclusión artística y social, una estrategia de sostenibilidad social basada en el acuerdo del uso de las expresiones gráficas. Entonces, ¿cómo y dónde vamos a construir los espacios para el arte urbano en nuestras ciudades?
Información encontrada en: https://biwil.com/el-experto-opina/los-graffitis-tambien-pueden-ser-patrimonio
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